Hace cinco años, un día como este 13 de Agosto, la historia se escribía:
Un paso por vez, me dije a mí misma cuando comencé a descender al ritmo lento de la marcha. No levanté los ojos hasta que vi mis pies a salvo en el piso de abajo, aunque pude escuchar los murmullos y el susurro de la audiencia cuando aparecí a la vista de todos. La sangre se me subió a las mejillas con el sonido; claro que todo el mundo cuenta siempre con la ruborosa novia.
Apenas era consciente de que estuviera Carlisle a su lado y el padre de Angela detrás de los dos. No veía a mi madre donde debía de estar sentada, en la fila delantera, ni a mi nueva familia ni a ninguno de los invitados. Todos ellos tendrían que esperar.
Ahora sólo podía distinguir el rostro de Edward, que llenó mi visión e inundó mi mente. Sus ojos brillaban como la mantequilla derretida, en todo su esplendor dorado, y su rostro perfecto parecía casi severo con la profundidad de la emoción. Y entonces, cuando su mirada se encontró con la mía, turbada, rompió en una sonrisa de júbilo que quitaba el aliento.
(…)
En ese momento, cuando el sacerdote recitó esta parte, mi mundo, que había estado boca abajo durante tanto tiempo, pareció estabilizarse en la posición correcta. Comprendí qué tonta había sido temiendo este momento, como si fuera un regalo de cumpleaños que no deseaba o una exhibición embarazosa como la del baile de promoción.
Miré a los ojos brillantes, triunfantes de Edward y supe que yo también había ganado, porque nada importaba salvo que me quedaría con él.
No me di cuenta de que estaba llorando hasta que llegó el momento de las palabras que nos unirían para siempre.
—Sí, quiero —me las arreglé para pronunciar con voz ahogada, en un susurro casi ininteligible, pestañeando para aclararme los ojos de modo que pudiera verle el semblante.
Cuando llegó su turno las palabras sonaron claras y victoriosas.
—Sí, quiero —juró.
El señor Weber nos declaró marido y mujer, y entonces las manos de Edward se alzaron para acunar mi rostro cuidadosamente, como si fuera tan delicada como los pétalos blancos que se balanceaban sobre nuestras cabezas.
Me besó con ternura, con adoración y yo olvidé a la gente, el lugar, el momento y la razón…
recordando sólo que él me amaba, que me quería y que yo era suya.
(Amanecer, Capítulo ‘El gran día’)
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